Genética, Bioquímica y Biología molecular han
resultado insuficientes para descubrir una supuesta inteligencia, insólita y
compleja, de la célula tumoral.
Estamos muy lejos de admitir que pueda
existir un verdadero lenguaje que permita una comunicación entre células
jerarquizadas usado con fines destructivos. El cáncer nos ha enseñado una nueva
forma de guerra: de una parte los sistemas y barreras defensivas del ser vivo,
apoyados por tratamientos oncológicos; de otra parte, una célula rebelde y
sublevada, que se reproduce con descontrol, invade local y
regionalmente, y metastiza a distancia en cualquier lugar del organismo. Guerra
silenciosa, interior y oscura, que empieza y termina en el cuerpo enfermo. Víctima de esta batalla desigual, donde una
inteligencia citotumoral muy superior a la nuestra antes o después suele
ganarla, es el enfermo oncológico.
En primera página de los principales diarios
internacionales aparecía la noticia rompiendo la monotonía del habitual
contenido político. Un científico español había conseguido descubrir las bases
de la inteligencia celular tumoral. Llegó más lejos, grabó la comunicación
entre células malignas. Posiblemente se habría producido el acontecimiento científico
más importante desde la aparición del hombre sobre la Tierra: el descubrimiento
de la estrategia de ataque y defensa de los tumores.
Para la presentación a la comunidad
científica se adaptó la gran sala de uno de los mayores palacios de congresos y
exposiciones de Europa. Los diálogos celulares serían traducidos
simultáneamente a más de 30 lenguas. Medios de comunicación de todo el mundo se
situaron estratégicamente para retransmitir el evento.
Casi fundida con la novena campanada del inmenso
reloj de la parte norte de la torre, sonó la voz del introductor en un culto y
exquisito inglés. Las
gigantescas pantallas se encendieron al tiempo que la megafonía debutaba con un
fragmento de los himnos nacionales de los países allí representados. Las luces
enfocaron un rincón de la tribuna sacando de la penumbra al Profesor Blázquez,
investigador y descubridor del hecho. Él sería el único ponente en una noche
muy especial. Prometía cambiar el curso de los trágicos destinos de millones de
enfermos oncológicos.
-Distinguidos colegas, vuestra comprensión y
cariño durante tantos años en momentos difíciles y vuestra presencia hoy aquí
es la mejor forma de expresarme interés y confianza. Lo que veréis en las
pantallas y escucharéis traducido a vuestra lengua, fue grabado en un paciente
portador de un cáncer de pulmón de aproximadamente un año de evolución. Nuestro
error durante años ha sido ignorar que las células tumorales poseen mecanismos
de comunicación entre ellas y que en una acción suicida se rebelan contra el
orden histológico establecido. Todos conocemos los mecanismos físico-químicos
de comunicación entre células normales destinados a mantener un equilibrio que
nos permita vivir en un estado de salud y bienestar. En las pantallas
observaréis unas leves vibraciones, contracciones y dilataciones en cadenas de
DNA y RNA que os serán traducidas a lenguaje humando nativo. Estamos ante el
lenguaje de las vibraciones de los ácidos nucleicos motivadas por proteínas
desnaturalizadas de las células tumorales, dotadas de una inteligencia de
naturaleza, de momento, desconocida.
El puntero láser del doctor apuntó a las
distintas pantallas. En la sala se escuchaba en español la traducción. Hablaba
una célula aparentemente igual a las otras, pero con tenues atributos que la
diferenciaban.
-Es necesario constituir comandos suicidas,
mientras más conchudos mejor, que escapen hacia la corriente linfática,
burlando el ejército hematológico. Y es imprescindible establecerse a
distancia, de modo silente, para dar margen de confianza al cuerpo. No invadáis
otros tejidos hasta que recibáis mi orden y cuando lo hagáis evitad
terminaciones nerviosas, burlando así la alerta mediante el dolor. En el
momento que se percaten de vuestra presencia y decidan atacar con su arsenal
quimioterápico, vuestra invasión será masiva y formaremos metástasis
generalizadas. Dejad que os sigan atacando con quimio, en el empeño morirán las
células que forman el ejército hematológico, mientras que vosotras, protegidas
con los cambios ya consabidos en las cadenas proteicas, sobreviviréis. Seréis
insensibles a las dosis fiables de ataque.
Se paró la proyección y se iluminó de nuevo
el rincón ocupado por el científico.
-No toda célula cancerosa tiene capacidad de
mando y derecho de obediencia. Urge localizar a los líderes, a los que incitan
a la rebelión, porque sin ellos el resto de la colonia enferma carece de
capacidad de comunicación y se hace vulnerable a los tratamientos. La célula
tumoral no es otra cosa que una célula sublevada contra el orden biológico, que
en su conjunto forma el cuerpo humano o animal. Sus principales armas son la
reproducción rápida y anómala buscando una mayoría sobre las células sanas
limítrofes, y toxinas para neutralizar o desviar las defensas. Las metástasis
son verdaderas legiones de células organizadas en comandos, preparadas para
engañar primero, e invadir después. Es un ejército sin bandera, sin ideología,
mediatizado por las órdenes que jerárquicamente da el mando, con el propósito
de destruir el equilibro perfecto que determina la armonía corporal. Presten
atención al audio.
-Si os aniquilan, vuestros cadáveres serán
custodiados para evitar que indeseables macrófagos caníbales os destruyan.
Vuestro material reciclable servirá para alimentar nuevas células indómitas. La
región medular fabricará, al ritmo que las guerras requieren, elementos que en
un adiestramiento rápido, sirvan para acudir al frente y combatir contra
vosotras. Pero la inteligencia humana, empleará sustancias químicas para
destruiros y ese joven y poco adiestrado ejército leucocitario morirá antes de
salir de sus propias líneas. Haced sólidas trincheras en la linfa, es buen
escondite y seguro refugio. Guardad silencio y permaneced expectantes a mis
órdenes. El momento del ataque quedará determinado por las circunstancias del
ejército enemigo y de su capacidad de maniobra. Recurrirá la inteligencia
humana a medios para improvisar nuevos reclutamientos leucocitarios mediante
fármacos estimuladores de la médula. Dejad que así sea, porque serán demasiado
jóvenes y poco adiestrados para un combate a muerte.
Nuevamente se interrumpió la voz traducida de
una célula jerárquicamente superior, con capacidad de mando sobre la colonia
tumoral, y retomó la palabra el científico.
-Será necesario identificar a las células con
mando para aniquilarlas, porque sin ellas el tejido tumoral obediente se hace
extremadamente vulnerable a nuestros ataques quimioterápicos. Durante muchos
años nos hemos venido preguntando por qué una misma clase histológica de tumor
ofrece muy distinta agresividad de unos a otros enfermos. La explicación ya la
tenemos: faltan mandos o han sido aniquilados. Y es entonces cuando el tumor
empieza a perder capacidad destructiva. No llega a metastizar. Van a ver como
se desplaza, mimetiza y actúa un biocomando terrorista. Observen en el lugar
donde señala el puntero unas células que nuestros anatomopatólogos calificarían
sólo de sospechosas. Recorren el cauce linfático lentamente sin provocar
alarmas que pongan en alerta a los leucocitos. Acaban de llegar al parénquima
hepático. Producen una reacción inflamatoria de despistaje que atraerá las
defensas hacia allí. Algunas células tumorales se sacrifican, otras abandonan
el tejido inflamatorio y se aposentan en distintas regiones del hígado a la
espera de órdenes. El ejército leucocitario se concentra en el punto
inflamatorio. La jerarquía tumoral ha establecido una cadena de transmisión
para llevar las órdenes. Escuchen...
-Ataquen hígado, todos los comandos a la vez,
en distintas regiones. La médula no tiene capacidad productiva, su ejército
combate la inflamación, abandonando posiciones estratégicas. Empleen su
capacidad reproductora al máximo, crezcan, invadan y destruyan. Segreguen
toxinas cancerígenas contra cualquier tejido sano.
-Vean lo que ocurre -expresó el científico
señalando con su puntero-, se cuentan hasta diez metástasis hepáticas. Otros
biocomandos se desplazan ya hacia pulmón y cerebro con táctica similar. Hemos
aprendido nuevas reglas, totalmente diferentes, sobre genes y proteínas
reguladoras capaces de configurar la morfología de un ser vivo. Pero dentro de
esa maquinaria genética y su regulación, surgen genes potencial o
intrínsecamente cancerígenos que se hacen activos cuando se producen
determinadas circunstancias. La Genética, Bioquímica y Biología molecular han
quedado ancladas en un grave error: ignorar la inteligencia de la célula
tumoral, su lenguaje. Con estos conocimientos se abre un nuevo capítulo:
genética y lenguaje tumoral basado en vibraciones de DNA-RNA.
Habían transcurrido casi tres horas, y el
tiempo pasaba rápido. En las caras de los asistentes, emoción, fascinación e
incredulidad. Observaron en directo cómo atacan los biocomandos terroristas
procedentes de un tejido tumoral inteligente. Apagadas ya las grandes
pantallas, con la sala rebosante de luz para verse mejor la sorpresa reflejada
en muchos rostros, el investigador resumía y concluía su exposición:
-Posiblemente el terrorismo celular sea el
más antiguo de todos los terrorismos y el gran desconocido. Durante muchos
siglos ha burlado el conocimiento científico. Todo terrorismo es
intrínsecamente malo y rechazable. Injustificable. El celular, procedente del
tejido tumoral, se diferencia de otros modos de terror en que su capacidad operativa
es muy superior a la de las defensas naturales. Son las células sublevadas las
que imponen las condiciones, la víctima, el resto de tejidos que componen un
ser vivo. Tiene capacidad de actuar a distancia y a un mismo tiempo. Están
dotadas de mecanismos para burlar todas las barreras defensivas. Cuando salta
la alarma ya suele ser tarde porque las sublevadas han tomado aparatos y
sistemas, estableciéndose en forma de metástasis, que crecerán y crecerán. La
inteligencia humana queda muy por debajo de la que poseen las células
tumorales. El reto de la ciencia hoy es localizar los mandos suicidas y
establecer, mediante sustancias introducidas en el organismo, sofisticados
métodos de espionaje. Hay que descubrir nuevos marcadores tumorales que queden
fijados a los mecanismos inmunitarios, poniéndonos sobre aviso en el momento en
que aparece una célula sospechosa. Habrá que introducir en el organismo
leucocitos a los que se haya dotado de un sistema de comunicación idéntico al
tumoral, a fin de que puedan detectar los movimientos terroristas. Queda mucho
por hacer. Millones de enfermos de cáncer desean, con una esperanza atenuada
por el dolor, que surja un nuevo y eficaz medio de lucha contra el tumor.
Un aplauso unánime y largo fue la respuesta
de la comunidad científica. Mientras los focos se iban apagando, un tenue
murmullo de comentarios entre los miles de científicos que abandonaban la sala
era preludio de una ilusión colectiva.