La vigésima
segunda edición del Diccionario
de la Lengua de la Real Academia Española define basura como suciedad, cosa
que ensucia, repugnante o despreciable, residuos o desechados y otros
desperdicios, lugar donde se tiran esos residuos y desperdicios, indica que lo
designado por el sustantivo es de muy baja calidad.
Gran parte de
los programas de televisión actuales reúnen todos y cada uno de los requisitos
para denominarlos programas basura. El contenido y las formas ensucian la
estética, las costumbres y la lengua. Los personajes son residuos sociales,
desechos muchas veces, desperdicio en definitiva, que han hecho de la ordinariez,
la mentira y el mal gusto un modus vivendi hasta hace poco desconocido,
ofreciendo programas despreciables, de tan baja calidad y materia aprovechable,
que merecen considerarlos como residuos, desechables, basura...
Hasta no hace
muchos años era frecuente encontrar en las afueras de las ciudades y
pueblos de España vertederos de basura, generadores de un gran impacto
medioambiental, insalubres y antiestéticos. La tecnología y la Legislación han
ido ocultándolos, reciclándolos o adecuándolos para aminorar el daño al medio
ambiente y la salud. Era inimaginable que una nueva basura -programas
televisivos- y unos nuevos vertederos -televisiones públicas y privadas-
causarían mucho más daño.
Los programas telebasura se distinguen por reunir mucha audiencia, ser de fácil elaboración, transgredir las normas sociales, prescindir de las más elementales reglas del uso de la lengua, utilizar como cebo a desaprensivos, oportunistas o débiles, atentar contra la cultura -pilar maestro del progreso-, socavarla y destruirla finalmente. Y enarbolando una falsa bandera de la libertad, se defiende el derecho a estos programas, que precisamente por su contenido y forma, atentan contra esta condición, al imponer a la audiencia inmadura una falsa óptica de la vida, la moral y la comunicación.
Los programas telebasura se distinguen por reunir mucha audiencia, ser de fácil elaboración, transgredir las normas sociales, prescindir de las más elementales reglas del uso de la lengua, utilizar como cebo a desaprensivos, oportunistas o débiles, atentar contra la cultura -pilar maestro del progreso-, socavarla y destruirla finalmente. Y enarbolando una falsa bandera de la libertad, se defiende el derecho a estos programas, que precisamente por su contenido y forma, atentan contra esta condición, al imponer a la audiencia inmadura una falsa óptica de la vida, la moral y la comunicación.
Es preceptivo
preguntarse por qué la telebasura alcanza tan alto índice de audiencia.
La ficción en general supone, en cierto modo, una liberación. La televisión, con su facilidad de transmitir, es un medio idóneo para atrapar al hombre que intenta escabullirse de sus problemas. Y queda apresado gracias a la fácil digestión del producto telebasura que se cocina pronto, se vende barato, lleva aditivos que lo hacen atractivo y los efectos secundarios no se dejan ver a corto plazo.
Estos programas con escasa capacidad lesiva puntualmente, se hacen extraordinariamente nocivos cuando continúan en el tiempo y habitúan, "enganchan" a la audiencia.
El peligro de la telebasura es que no se rechaza, como se hace con la basura real, porque es inodora. Es una basura muy peculiar, tan peculiar que no se la reconoce como tal. Sus efectos son lentos, masivos y progresivos.
La ficción en general supone, en cierto modo, una liberación. La televisión, con su facilidad de transmitir, es un medio idóneo para atrapar al hombre que intenta escabullirse de sus problemas. Y queda apresado gracias a la fácil digestión del producto telebasura que se cocina pronto, se vende barato, lleva aditivos que lo hacen atractivo y los efectos secundarios no se dejan ver a corto plazo.
Estos programas con escasa capacidad lesiva puntualmente, se hacen extraordinariamente nocivos cuando continúan en el tiempo y habitúan, "enganchan" a la audiencia.
El peligro de la telebasura es que no se rechaza, como se hace con la basura real, porque es inodora. Es una basura muy peculiar, tan peculiar que no se la reconoce como tal. Sus efectos son lentos, masivos y progresivos.
El corazón de los medios de comunicación late taquicárdico. Llegará un día en que la cultura será un cadáver expuesto a las generaciones futuras, en cuyo panteón, en letras grandes podrá leerse: "Aquí yace la cultura, víctima del terrorismo informativo del siglo XXI. Murió por asfixia, estrangulada por aquellos que hicieron de los medios de comunicación audiovisual el mayor patíbulo cultural de la historia del hombre".